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Nueve otoños.

En mis archivos antiguos estuve leyendo este poema que escribí cuando tenia 21 años. Realmente me encanta leerlo, me trasmite paz y al mismo tiempo cierta frialdad. Me inspire en un libro que leí llamado "El Caballo de Oro", excelente novela literaria. En ella se describían esas mansiones en las afuera de la ciudad de Inglaterra... En una inmensa sala llena de ornamentos y los campos despejados. Creo que parte de la inspiración vino de la película El Jardín Secreto (una de mis favoritas)... Lo escribí escuchando la canción Hello de Evanescecnce. He aquí el poema.

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Nueve otoños pasaron… cinco de ellos estuvo de pie, frente a la ventana que daba hacia el jardín izquierdo en la mansión gastada, donde yacía el viejo gorrión que cayo sin explicación de los cielos una tarde de silencio total. La mirada quedaba fija en el horizonte por unos segundos que parecían frisarse en la nada, sus ojos fríos y apagados, sin temor... Su mirada era tan penetrante que dejaba un rastro de impaciencia, se postraba en cada pensamiento y colgaba en el penoso amor. Sin arrugas, las líneas perfectamente trazadas dibujaban su rostro, era como un juguete inadvertido... pero allí estaba, observando cada rosa negra del jardín, cada leve movimiento de sus pétalos. Y la vida pasaba lentamente, como si estuviera lloviendo lágrimas de esa lejana emoción, que se había marchado en una noche marcada con decomprensión e impaciencia. Al tocar aquel hermoso cuello desapareció en la nada, dejando solo la incógnita y el desconsuelo, la perturbación, la tristeza de la luz tenue que reflejaba esa lámpara en la oscura esquina de la habitación.


Conjuntos de palabras, ademanes invisibles eran una posesión de los vivos... esos que aman, esos que caminan mirando cosas abstractas, dándose a si mismos la esperanza que interviene en la cruda realidad. Sus ojos bajaban lentamente al vacío que reinaba en la región completa, sus manos sentían un frío apagado, creando señales con líneas blancas y gastadas, forjando el camino a la nada, pensando un mar, dejando todo. ¿Había dejado esa vida por voluntad propia? Quizás este muy cansado para llegar a la conclusión. Pero, porque se sentaba en la alta cama con la mirada al techo, dejando sus pies correr por el pasto, tomarla de la mano y ver su sonrisa  mientras sus ojos miel se acercaban, hasta que los cerraba. Al abrirlos no había nada... y dormía.

No estaba casi alimentándose, quizás era irrefutable el hecho de que el dolor cambia la verdad y la convierte en crueles sentimientos. Aun así esperaba ver que de esa roca al final del patio, rodeada de flores rojas y blancas, adornadas con pequeñas hojas que caían de los inmensos árboles alrededor... esa pequeña escritura que le revolvía el estomago desapareciera, dejara su existencia a la nada y cambie sus días. Pero era imposible, todo pasó, todo dio el tono gris a los años y las hojas deseaban nunca haber caído en tanta tristeza, por cinco otoños, perdidos en la memoria, ahogados en el dolor de un corazón destrozado. Es todo una mentira, pero esta desapareciendo, la verdad es inevitable y cumple sus deseos.

El calor no era real, aquel frío intenso quemaba la piel, los labios estaban casi blancos, el semblante caído se imponía... y una pequeña ave caía desde lo alto... no volaba, solo se dejaba llevar por el viento, quizás no existía, pero caía lentamente como si esperara algo. Sus ojos alzaban hacia la inerte criatura,  sus plumas eran rociadas por la leve brisa del décimo otoño, donde no había caído hoja alguna junto a la tumba, donde no se movía nada... el tiempo se detuvo, pero el ave seguía bajando tan lenta como una pluma, puso sus manos en el cristal viejo de esa antigua ventana y vio como caía junto a la primera hoja desprendida por sus alas rotas. Allí poso durante un minuto. El cristal desapareció, el viejo reloj de pared que zigzagueaba se detuvo y marco la última hora, el viento no movía nada. Solo se detuvo y miro el cielo despejado, salio al jardín y se recostó junto al pequeño gorrión... todo continuo con normalidad, la brisa corría, las hojas caían irregularmente. Lentamente fueron desapareciendo aquellos cuerpos casi invisibles, la grama quedo intacta. Y se fueron, quizás al nunca jamás, donde nada existía, donde todo era realidad y dejaba un rastro... pero se fue, desapareció lentamente. Y nada quedo excepto una lagrima en aquella piedra, que se seco con el sol, y nunca regreso.

Comentarios

  1. Cuando dice aquella piedra, la cual tenia una escritura... se refiere a la tumba de su amada. Es el motivo de su tristeza.

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